El venezolano Fernando Reimers, director del Programa Internacional de Políticas de Educación de la Universidad de Harvard, es consciente de que la comunidad educativa afronta un momento crucial para que los niños y jóvenes en situación desfavorable no se descuelguen del sistema. La pandemia de covid-19 aprieta y la brecha de oportunidades se ensancha, por eso el académico trabaja en diversos proyectos internacionales que buscan universalizar la educación mediante liderazgo, innovación y formación de profesorado. Una conclusión anticipada: aún hay esperanza. Lo cuenta en esta entrevista para Equal Times.
En un seminario web reciente comentó que después de la pandemia todos los integrantes de la comunidad sanitaria y educativa preguntarán a sus colegas de profesión lo siguiente: “¿Dónde estuvo usted durante la pandemia? ¿Qué hizo en ese tiempo?”. Se lo pregunto en presente: laboralmente, ¿qué está haciendo usted durante la pandemia?
Aun cuando la pandemia no había sido declarada, fue un trecho corto concluir que la misma tendría un efecto potencialmente devastador sobre el funcionamiento de los sistemas educativos, pues limitaría seriamente la capacidad de las escuelas de funcionar como están acostumbradas y su impacto económico afectaría las posibilidades de las familias de apoyar la educación de sus chicos y las posibilidades de los Estados de financiar la educación. A comienzos de los años ochenta, una seria crisis económica tuvo un impacto profundo en los sistemas educativos del mundo en desarrollo, y mi tesis doctoral fue el estudio de ese impacto. Anticipo un impacto más profundo de esta pandemia porque su impacto económico será mayor.
Esto me llevó a preguntarme qué hacer para mitigar ese impacto educativo tanto directamente en mis estudiantes como en diversas instituciones educativas.
En relación a mis propios estudiantes, transformamos los programas de postgrado en educación en Harvard en programas completamente en línea. El resultado ha sido que hemos abierto las oportunidades de estudiar en nuestros postgrados a estudiantes de fuera de EEUU y hemos admitido a la cohorte más diversa y con mayor experiencia profesional desde que estoy enseñando en Harvard. Es sin duda el mayor experimento educativo que ha hecho Harvard en muchas décadas. En cuanto a la iniciativa global de innovación en educación reorienté los esfuerzos a generar información que pudiese apoyar la toma de decisiones educativas. Luego, en asociación con la OCDE lanzamos nuestro informe Enseñanza interrumpida, enseñanza repensada. Cómo la pandemia de covid-19 está cambiando la educación.
El momento actual es clave para evitar que la brecha educativa se agrande y deje atrás a demasiados niños y jóvenes. En base a las investigaciones que realiza sobre las diferentes experiencias educativas del mundo, ¿cree que los Gobiernos están a la altura de este momento histórico? O concretando un poco más, ¿destaca algún país que esté especialmente atinado en su gestión educativa durante la crisis?
Sin duda, el aumento de las brechas de oportunidad educativa entre niños de distinto origen social es uno de los mayores riesgos de la pandemia. Esta brecha está creciendo en todo el mundo y en parte su aumento es el resultado de mal liderazgo. En respuesta a las deficiencias de escuelas tanto públicas como privadas, algunas familias con mayor poder adquisitivo están haciendo sus propios arreglos que incluyen organizarse en pequeños grupos y contratar a una persona (en muchos casos un maestro en formación, recién egresado o jubilado) para dar tutoría a los niños. Estos llamados learning pods son una buena idea, pero esta buena idea no está al alcance de todos los estudiantes. Por lo tanto es previsible que estos arreglos van a aumentar las desigualdades sociales en las oportunidades educativas que tendrán los estudiantes durante la pandemia.
Es esencial encontrar formas de dar más apoyo a los estudiantes menos favorecidos socialmente para que su única opción no esté entre asistir a escuelas en condiciones que ponen en riesgo su salud y la de sus maestros –cuando las condiciones sanitarias hacen una educación presencial de alto riesgo–; o estar horas frente a una pantalla de ordenador, escuchando clases vía zoom, con profesores que no han sido debidamente formados para ofrecer una educación de manera remota de calidad. En algunos casos los chicos menos favorecidos no tienen a un adulto en casa en condiciones de apoyarles con estas tareas. Esta es una oportunidad única para que otras instituciones de la sociedad demuestren solidaridad con quienes más lo necesitan, para que las universidades en todo el mundo involucren a sus estudiantes en complementar la tarea que están llevando a cabo los maestros apoyando la educación de los chicos más vulnerables en escuelas primarias y secundarias.
Para que la educación llegue a todo el mundo es importante reforzar la presencialidad en las aulas, pero al mismo tiempo, o así lo vemos en diversos países (por ejemplo en España), donde la tasa de contagio de covid-19 vuelve a ser elevada, muchas familias tienen miedo de llevar a sus hijos al colegio. ¿Es viable garantizar ambas cosas, la universalidad educativa y la seguridad de las familias?
Es esencial garantizar la universalidad de oportunidades educativas en las condiciones que sean adecuadas a las circunstancias sanitarias de cada región o localidad. Para lograr esta universalidad es esencial dar atención prioritaria a los estudiantes de condiciones sociales más vulnerables. Donde las autoridades sanitarias establezcan que la asistencia a la escuela contribuye al crecimiento de la epidemia, y donde las tasas de contagio estén aumentando a niveles de riesgo público, habrá que buscar formas alternativas que permitan continuar ofreciendo oportunidades educativas.
Es posible educar de muchas maneras y seguramente es posible hacerlo aún de manera más efectiva con formación adecuada a los profesores y con provisión adecuada de conectividad y de equipos a los estudiantes. Sin duda los esfuerzos por construir modalidades alternativas de emergencia durante los meses de abril, mayo y junio, muestran que no pueden reemplazar completamente a la educación presencial en todo el potencial de la misma para desarrollar capacidades cognitivas y socio-emocionales. Hay que reconocer también que este potencial está disminuido al adoptar medidas de distanciamiento físico en las escuelas.
En la urgencia del confinamiento, la teleeducación y la cautelosa vuelta al colegio, ¿qué principios educativos no se deben perder nunca de vista?
El primer principio es asegurar el bienestar psicológico y físico de los estudiantes. La pandemia está afectando la salud y los ingresos de muchas familias, y con ello generando ansiedades comprensibles. La ansiedad prolongada es perniciosa para la salud mental de las personas. La educación debe contribuir al bienestar de los estudiantes y de los profesores. El segundo principio debe ser mantener la continuidad de aprendizaje de los estudiantes, crear condiciones que les permitan aprender y hacerlo con gusto. Además debe haber mucho más énfasis en que los estudiantes desarrollen capacidades que en ‘cubrir contenidos’. Un tercer principio debe ser liderar sistemas educativos de forma que promuevan el diálogo. Donde he visto las innovaciones más interesantes, he encontrado también un liderazgo educativo humilde, que invita a la colaboración. La pandemia crea el riesgo de formas de liderazgo más autoritarias como respuesta comprensible a la incertidumbre.
En el libro Empoderar estudiantes para mejorar el mundo –y en su currículum global– defiende las lecciones complejas, conversar en el aula sobre cuestiones atravesadas por el conflicto –la pobreza, la identidad, la nación, la religión– para evitar infantilizar al alumno. Pero estos temas suelen estar muy pegados al sistema de valores de cada cual y muchas veces suele haber miedo al debate ideológico en el aula. ¿Cómo se supera ese miedo?
El propósito de los tres currículos de ciudadanía global que he desarrollado es efectivamente involucrar a estudiantes en experiencias de aprendizaje activo y colaborativo que les permitan desarrollar las capacidades necesarias para resolver problemas importantes que les conciernen, como la pobreza, la desigualdad, el cambio climático, etc. Estos currículos están en uso en muchas escuelas en diversos países del mundo, y estos libros están traducidos a muchos idiomas.
En verdad encuentro que hay muchos educadores que comprenden que empoderar a estudiantes para hacerse cargo de sus propias vidas, y con las capacidades para colaborar con otros para mejorar el mundo, es efectivamente el propósito más importante de la educación en nuestro tiempo. Creo que esta pandemia ha tenido el efecto de invitar a muchos educadores a reflexionar sobre estos temas. En estos currículos lo que planteo son oportunidades para que los estudiantes piensen, debatan, desarrollen sus propias ideas. No es el propósito de estos currículos adoctrinar a los estudiantes en una manera de pensar u otra.
Los bulos, las noticias falsas, el negacionismo, los discursos ultras… ¿Qué papel juega la –falta de– educación en la proliferación de todos estos focos de desestabilización? ¿Es más importante que nunca educar para la democracia?
No lo sé en verdad. Cuando la República de Weimar en Alemania fue reemplazada por el régimen Nazi de Adolfo Hitler en 1933, Alemania tenía la población con uno de los niveles más altos de educación en Europa. Cuando las dictaduras latinoamericanas llegaron a Chile y Argentina en los años 1970, estos países tenían los más altos niveles educativos en Latinoamérica. De manera que la conexión entre educación y democracia o autoritarismo es compleja, y ciertamente hace falta más que años de escolaridad para tener las competencias y la disposición para ejercer efectivamente una ciudadanía democrática.
Ciertamente, hay en el mundo un aumento de movimientos intolerantes muchas veces relacionados con un resurgimiento de un populismo nacionalista, que son un desafío para una democracia pluralista que respete los derechos humanos de todas las personas. Parte de la ideología de este nuevo populismo incluye una desconfianza de la experticia y de las instituciones científicas. Sus ataques a instituciones educativas han sido más claros hacia las universidades, consideradas instituciones ‘de élite’. No es inusual que gobiernos autoritarios desconfíen de instituciones cuyo buen funcionamiento requiere cultivar el pensamiento crítico, y que ataquen a universidades, científicos e intelectuales. Lo hizo Hitler, lo hizo Franco, lo hizo Pinochet y lo han hecho muchos autócratas desde que existe la universidad moderna de investigación, establecida en Berlín en 1811.
La escuela es sinónimo de esperanza y me gustaría terminar con eso. ¿Puede hablarnos de algún proyecto –emprendido en un país del Sur Global– que haya suscitado su interés durante la pandemia?
Entre las innovaciones que he estado estudiando, me han inspirado mucho aquellas en las cuales instituciones y gobiernos se las han ingeniado para seguir enseñando en contextos de enormes carencias. Por ejemplo: la Alianza Educativa en Colombia, un consorcio que involucra a universidades y a colegios particulares en apoyar colegios públicos a los que asisten estudiantes de bajos ingresos, ha creado formas ingeniosas de continuar educando durante la pandemia de forma remota. En la India, la Fundacion Reality Gives, que trabaja con niños muy vulnerables que viven en los barrios de Mumbai, ha encontrado forma de continuar sus cursos de inglés a través de teléfonos móviles. En Brasil, la secretaria educativa de Maranhão ha establecido una alianza con una organización no gubernamental para utilizar tecnología para apoyar a madres en ofrecer una educación inicial de calidad. Y entre los gobiernos que han demostrado capacidad de innovación para educar a poblaciones vulnerables, pienso en la Secretaría de Educación de Bogotá o en la Secretaría Educativa del estado de São Paulo.
Estos y otros ejemplos son una muestra fehaciente de que sí es posible, de que en las condiciones enormemente difíciles que ha creado la pandemia es posible seguir educando a los niños que viven condiciones de mayor vulnerabilidad. Es el tener conciencia de lo que es posible hacer con todos los medios a nuestro alcance, preguntarnos aquello de lo que hablamos al principio, en medio de esta grave crisis que vive la humanidad entera: “¿Qué estoy haciendo yo para mitigar el sufrimiento que causa la pandemia?”. Estoy seguro de que si nos hacemos la pregunta y buscamos cómo contestarla dentro de las medidas de las posibilidades de cada quien, será posible que, al término de la larga noche que representa esta pandemia, amanezcamos en un mundo mejor, más incluyente, más sustentable y más justo.
Por Claudio Moreno
URL:
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