El siglo XXI no será fácil para la humanidad. Hablar de desarrollo sostenible representa un discurso humanista radical y una cosmovisión ética que conciba la cuestión ambiental como un elemento emergente en los límites del crecimiento que el Club de Roma propugnaría de forma pionera desde el año 1972. Hablar de desarrollo sostenible implica, en efecto, renegociar el comportamiento socioeconómico y el status del género humano en el mundo a través de un sentimiento transhumanista y una consciencia cosmoderna que permitan identificar los problemas medioambientales del único “Estado-Nación” legítimo del ser humano: el planeta Tierra.
Desde esta perspectiva de “Tierra-Patria”, y viendo el calentamiento global provocado por los niveles actuales de CO2 que soporta nuestro hogar, es urgente iniciar una verdadera revolución axiológica, política, educativa y epistemológica que tenga como objetivo cambiar el discurso moral imperante y los hábitos consumistas de la humanidad entera, hasta hoy depredadora y explotadora de la naturaleza, por múltiples posibilidades de construir un horizonte futuro sostenible. Evidentemente, tal concepción transcultural y transnacional sólo puede lograrse con la comprensión multidimensional de la propia estructura de la realidad, donde toda la materia-energía converge en el espacio-tiempo interconectando sistémicamente diferentes fenómenos eco-antropológicos.
La gestión medioambiental y el desafío de alcanzar un desarrollo sostenible supone un problema de talante mundialista que requiere observar los fenómenos políticos, económicos, culturales y educativos del actual paradigma, desde una fenomenología que perciba polilógicamente los diferentes niveles de Realidad que componen el mundo y el cosmos humanamente conocidos. Del mismo modo que la propia ontología estructura la naturaleza en diferentes niveles de Realidad -con diferentes leyes físicas-, el ser humano tiene diferentes estratos, niveles y planos de percepción gnoseológica que estructuran y concretizan su complejidad histórica en el contexto cosmológico. Por tanto, el problema medioambiental supone el complejo desafío de desarrollar el conocimiento transdisciplinarmente para propiciar nuevas concepciones transnacionales, transculturales y transpolíticas capaces de prevenir futuros desastres ecológicos.
De este modo, la Educación para la Ciudadanía Global propuesta por la UNESCO para la agenda post-2015, tendrá que formar a personas con una misma concepción filosófica de salvaguardar a la humanidad y al planeta. Para lograr tales objetivos, la Educación para la Ciudadanía Global no sólo tendrá que pensar en el futuro, sino que tendrá que adelantarse a él para formar a personas que controlen mejor su propia evolución. En los albores del tercer milenio, el desarrollo sostenible debe plantear y considerar las necesidades de la especie humana en relación con la naturaleza a partir de una nueva perspectiva emanada de la propia consciencia del individuo-sociedad-especie. La comprensión de la condición humana en el mundo requiere una ruptura con el pensamiento positivista de los siglos XIX y XX, que reduce y separa al sujeto del objeto, y que confunde desarrollo social con crecimiento económico.
Por tanto, teniendo en cuenta las importantísimas recomendaciones que nos aportan la Carta de Belgrado (1975), la conferencia de Tbilisi (1977), el Informe Brundtland (1987), la Carta de la Tierra (Rio 92), el Informe Finlandia (1997), el Protocolo de Kyoto (1997-2005), la cumbre de Johannesburgo (2002), las conferencias sobre cambio climático de Copenhagen (2009), la COP16 de Cancún (2010) y Rio+20 (2012), -entre otros muchos-; no cabe duda que la gobernabilidad mundial de los recursos naturales implica una profunda transformación triética del idividuo-sociedad-especie: mental-espiritual, social-planetaria y cósmica-ambiental. Se trata, efectivamente, de un nuevo tipo de auto-eco-organización epistemológica, política y educativa para crear consciencias cosmodernas en la ciudadanía global actual y futura. Tal vez fuese una buena idea, estimados lectores y lectoras, comenzar a cambiar el sistema de referencia epistemológico vigente, comprendiendo que la actual sociedad-mundo no es un regalo de nuestros padres y madres, sino un préstamo de nuestros hijos e hijas. ¿Y qué pensarán las futuras generaciones si no hacemos todo lo que esté en nuestras manos para salvaguardarla creando alternativas de sustentabilidad?
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